Sxxxxxxxirenas en la calima

Danilo Albero (Mendoza, 1947). Es licenciado en letras, narrador y librero. Ha publicado los libros de cuentos: Estación Borges (Beas, 1994) y Al mejor cazador (Sudamericana, 2000); y las novelas: Confesiones de un dandy (Sudamericana, 1997), Jorge Newbery el señor del coraje (Sudamericana, 2003) y Variaciones Turner (Bajo la Luna, 2013) -finalista del concurso La Nación-Sudamericana 2005 con el título El Gran Oriental-. Junto con Beatriz Colombi publicó Los ‘trucs’ del perfecto cuentista (Alianza, 1993) -recopilación de  artículos periodísticos y de crítica literaria de Horacio Quiroga- que será reeditado en versión corregida y ampliada. Ha traducido del portugués autores brasileños clásicos y contemporáneos, entre otros: Aluzio de Azevedo (El conventillo, Simurg, 1997 y Amazon 2020), Machado de Assis (Ideas del canario y otros cuentos, Losada, 1993; Memorial de Aires, Corregidor, 2001; Don Casmurro, Amazon, 2020) y Rubem Fonseca, y del inglés a ErnestHemingway, George Orwell y Lafcadio Hearn.

Por su actividad como narrador y ensayista ha recibido premios nacionales e internacionales, entre otros: José Toribio Medina (1986), Primer concurso Play Boy de Cuentos en Español (1989), Primer Premio del Concurso Literario de Cuentos, Fundación Manuel Mujica Láinez Ana de Alvear de Mujica Láinez (1991), Fondo Nacional de las Artes (1993), Primer Premio de Narrativa del Concurso Felix Duarte de Santa Cruz de la Palma (España, 1994), Premio Edenor Fundación El Libro de Ensayo (1999), Premio Municipal Ciudad de Buenos Aires (1998) y Premio Especial Eduardo Mallea de la Ciudad de Buenos Aires (2007).

Ha coordinado talleres literarios y dictó el seminario “Poéticas y prácticas del cuento” en la Maestría de Escrituras Creativas, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia.

Ha publicado notas en el área de ecología, deportes no convencionales y de alto riesgo, y turismo aventura en las revistas Cuerpos y Mentes en el DeporteWeekEnd y Supervivencia y Aventura. Ha colaborado en las revistas literarias Maniático textual (reseñas y entrevistas) y Con V de Vian (traducciones); con notas y entrevistas en los suplementos culturales de los diarios Ámbito Financiero,El Cronista, y La Jornada Cultural de México. Desde finales de 2015 al presente publica semanalmente en distintos medios virtuales notas literarias, de arte y ensayos.

Entre 1993-2000 fue miembro de la Comisión Di

Empecé febrero recorriendo estantes y viendo lecturas y relecturas del 2024 y otras que dejé pendientes. En un volumen de las Obras selectas, busqué una referencia de Miguel Strogoff, primera novela de Julio Verne que leí a los siete años, un libro de la entrañable editorial Tor, tapa blanda ilustrada a color: un cosaco montado en un caballo blanco que está parado en las patas traseras (levade). Era una tarde de invierno y acababa de llegar del colegio, pasé las horas de aula esperando volver a casa para abrirlo y empezar, sentado al lado del brasero; tarde de café con leche, tostadas con manteca, jalea de naranja, y aventuras. Detrás de ese momento afloró otra situación inesperada, el día anterior, la maestra había interceptado una carta mía ─mejor: declaración amorosa─ a la más bella del curso, no tuve la suerte de Miguel Strogoff; el correo no llegó a destino. De cualquier manera el mensaje, aunque alcanzara las manos ciertas, estaba destinado al fracaso; Griselda ─ahora le veo reminiscencias Wagnerianas al nombre─ estaba enamorada hasta las cachas de su galán, un compañero de otro curso del cual no recuerdo nombre ni apellido; sí el rostro ratonil enfatizado por enormes incisivos superiores, resultado del reciente cambio de los dientes de leche, y que le quedaban desmesurados en la cara a la espera que su crecimiento igualara proporciones; algo semejante a las escasas fotos de Thomas Pynchon. Era fanático de las historietas y, suprema elegancia, llevaba el cuello del guardapolvo levantado, como lo solía llevar Steve Canyon en su campera de piloto.

Regresé el volumen a su lugar y concluí que mi novela favorita de Verne, la segunda suya que leí, era ─y es─ la que releí el año pasado, La vuelta al mundo en ochenta días; imposible despegar las facciones de Phileas Fogg del rostro de David Niven en la versión fílmica ─la de 1956 no la olvidable remake de 2004─; pero Steve McQueen, the King of Cool, no habría desentonado para nada en ese papel ─lo recreo con la seguridad y nonchalance del aristócrata bostoniano en El affaire de Thomas Crown.

Acomodado cerca de Julio Verne, El Simplón le guiña el ojo al Frejus, en la primera hoja la firma de una compañera de Facultad de Letras; proteicos claustros de remembranzas y libros; Vittorini cercano a Verne, permaneció olvidado hasta que afloró, como fotos entre las hojas u olvidadas anotaciones en los márgenes. Sabía que una de las versiones de Juan Moreira ─en otro estante─ era de esta compañera; no tengo remordimientos, ella debe tener mi primera Eneida y los fascículos de Seurat, Degas y Rousseau de la colección Maestros de la pintura, de Editorial Anesa, fascículos que, años después, encontré en el puesto de revistas usadas en el pasaje del Obelisco, bajo avenida Nueve de Julio.

Paso El Simplón le guiña el ojo al Frejus y vuelvo sobre otra relectura de 2024, leída casi en simultaneidad con Miguel Strogoff y que, como un vaso de vodka en ayunas, me pegó fuerte. Es Un paseo por la casa de M. de M. Ilin; literalmente desintegrado antes de entrar a la secundaria por infinitas visitas, me había olvidado del libro y, en 2012, apareció por casualidad en la feria de libros usados de Plaza Italia. El autor, un ingeniero ruso, recorre la residencia de una familia común en la década de los ’50 del siglo XX y cuenta las historias que revelan cuartos, muebles, prendas; utensilios y hábitos cotidianos: cocina, comedor, baño, dormitorio, el fogón y las hornallas, espejo, jabón, vajilla, cubiertos de mesa y reloj. El hecho de que el libro hable de un hogar de mediados del siglo pasado ─cuando los relojes eran a cuerda y analógicos, la vajilla irrompible Durax una novedad y cocinas y calefones se prendían con fósforos─, lo hace más fascinante; verdadera arqueología urbana de cinco lustros atrás.

Me acontece relacionar Un paseo por la casa con un poema de Les Fleurs du mal de Baudelaire, releído en 2024, concretamente, el primer cuarteto de Correspondences: La Nature est un temple où de vivants piliers / Laissent parfois sortir de confuses paroles; / L’homme y passe à travers des forêts de symboles / Qui l’observent avec des regards familiers (La naturaleza es un templo donde pilares vivientes / A veces dejan salir palabras confusas; / El hombre pasa a través de la foresta de símbolos / Que lo contemplan con miradas familiares). Ahora la foresta de símbolos es cualquier casa, allí la naturaleza pasó a ser metáfora y, de ella, brotan metonimias y las sinécdoques saltan de rama en rama, o de estante en estante.

Las metonimias cuelgan y trepan como tallos y hojas de enredaderas y las sinécdoques cantan: ahora las plantas son de los pies, porque la gente que es realista y sabe aprovechar las oportunidades tiene los pies bien plantados sobre la tierra; y nos sentamos frente a mesas en sillas o bancos, todos se apoyan en patas; reposamos, dormimos breves siestas, vemos televisión y leemos en sillones, que además de patas tienen brazos, y en ellos apoyamos las palmas de las manos, repentinamente devenidas hojas del reino animal y rematadas en yemas, pero ahora de los dedos; en el respaldar de sillas y sillones apoyamos la espalda que es parte de nuestro tronco; muchas lámparas tienen pies y algunas de sus pantallas son tulipas o tulipanes pequeños; también las copas tienen pies; dientes, tenedores y serruchos; ojos, cerraduras y agujas; hojas, cuchillos y libros; lunas, espejos y anteojos.

Sigo transitando estantes y separo dos títulos a los que pienso volver, de manera sesgada, este año y los acomodé en una pila a la espera que llegue su turno. Son lecturas de la época de cuarentena por el Covid-19: El Decamerón, La peste de Camus, Los novios, Diario del año de la peste. Ahora mi deriva me lleva a viajes literarios, y de los otros, tampoco debo abandonar el estante de libros nuevos no leídos y ellos, con certeza, me remitirán a los leídos.

En este navegar por evocaciones pienso en Penélope, destejiendo de noche lo que urdió durante el día; de la misma manera, cada jornada de lecturas y escrituras me hace avanzar y volver sobre mis pasos; la primera me lleva a la segunda y a transitar por estas líneas. Como la proa de la nave de Odiseo, primer navegante literario, cada página, escrita o leída, es un movimiento que me acerca y me aleja; el de multiforme ingenio, en castigo a que sus marineros, abrieran el odre de los vientos, donde Eolo los había encerrado para facilitar el regreso a Ítaca; liberaron a Boreas, Noto, Euro y Céfiro que, enredados entre velas y jarcias, retrasaron diez años la vuelta a casa. Pero, de no haberlo abierto los nautas, no existirían viajes, aventuras ni relatos.

Así singlar por recuerdos es como un navío cuando navega en un mar con calina y niebla; y lo hace utilizando la sirena para niebla. Alguna vez, en mi breve paso por la Facultad de Ingeniería, estudié y supe las razones por la cual las sirenas para niebla de los barcos usan frecuencias bajas, por eso tienen un sonido grave muy particular, además, grave tiene otras connotaciones; una de ellas es su presencia en nuestras evocaciones, remozadas en el presente. La única manera de hacerlo, sin chocar con otras evocaciones ─que por sus cargas y contenidos bien pueden ser embarcaciones─ requiere activar nuestra sirena de niebla, a la escucha de otras que alerten, para no colisionar como las ondas en un estanque cuando arrojamos piedras.

Porque el tiempo nos roba; pero también nos deja.

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